Siempre será Semana Santa en tu corazón

domingo, 26 de febrero de 2012

Elogio de una Tradición: La Semana Santa de Alcalá. Mª Dolores Cabañas González

1.- Un honor que agradezco

Tal vez debí declinar la invitación que me hizo la Junta de Cofradías a través de su Presidente José Luis López Malla. Acostumbrada desde hace años a hablar diariamente en público -en clase, ante la prensa, en los plenos del Ayuntamiento o en conferencias- no me paré a pensar ni un minuto que a lo que se me invitaba era precisamente a pronunciar no una conferencia sino un pregón y a hacerlo, en segundo término, en mi ciudad. No siempre medimos bien nuestras fuerzas. Y es lo que me ha ocurrido en este caso: que me he comprometido a hacer algo que nunca he hecho, con la dificultad añadida de que lo voy a hacer en Alcalá, delante de mi gente. Pero más que la dificultad de la tarea de hacer un pregón,  pudo mi afecto por José Luis y por tantos cofrades representados en la Junta, y, sobre todo, pesó más en mí el honor que supone hablar aquí, anunciando la Muerte y Resurrección de Cristo. Antes que pensar, aseguraba Rousseau, sentimos. Efectivamente: en este caso, fueron mis sentimientos y no mi razón quien decidió por mí. Pero, sea como sea, muchas gracias por la distinción que supone para una creyente como yo pronunciar el Pregón de Semana Santa de Alcalá de Henares.

El honor que se me concede -ya lo sé- es inmerecido. Realmente no creo haber hecho méritos suficientes. Los auténticos regalos son siempre gratuitos por lo que se trata de una distinción no ganada; lo único que puedo decir es Muchas gracias por esta distinción que me compromete más con esta ciudad y que procuraré merecer en el futuro.


2.- El momento del recuerdo

Una simple llamada de José Luis López Malla, mientras despachaba los asuntos ordinarios  del Distrito, invitándome en nombre de las Cofradías de Alcalá a pronunciar este pregón, me alteró profundamente: todo un mundo de sensaciones y recuerdos llenaron de repente mi despacho. Todos hemos vivido alguna vez experiencias de este tipo como cuando, de repente, un sabor, un olor, una simple imagen revive momentos pasados de nuestra vida y los vuelve presentes con tanta nitidez como si los estuviéramos viviendo nuevamente. Todos lo hemos vivido, pero nadie lo ha descrito con tanta belleza como Marcel Proust, a quien el olor de una simple magdalena le hacía revivir toda su niñez: "Cuando nada persiste ya de un pasado antiguo -escribe en un célebre pasaje de En busca del tiempo perdido- , cuando han muerto los seres y se han derrumbado las cosas, solos, más frágiles, más vivos, más inmateriales, más persistentes y fieles que nunca, el olor y el sabor perduran mucho más, y recuerdan, y aguardan, y esperan, sobre las ruinas de todo, y soportan sin doblegarse en su impalpable gotita el edificio enorme del recuerdo". 

En mi caso, parecía como si todos los recuerdos frágiles e inmateriales de mi niñez hubieran estado esperando la llegada de esa llamada  para salir en tropel de lo que San Agustín llama "las inmensas salas del Palacio de nuestra Memoria". Y es así como comenzaron a mostrarse más vivas, persistentes y fieles las calles de mi ciudad, Madrid, mi colegio, la casa de mi abuela, toda mi larga familia, mi primer viaje a Alcalá, mis veranos en Romanones con mi tía maestra, una vida renacida con una simple llamada. Recordar  viene del latín cor, cordis; esto es, del corazón, que es una de las grandes salas que componen el Palacio de nuestra Memoria.

Fui educada en una familia cristiana en la que el ritmo de la liturgia marcaba los meses y las estaciones.  Fui educada en la Semana Santa, en la pasión, una Semana Santa que tenía un principio y un final muy alegres y, en medio, unos días muy oscuros.  Comenzábamos el Viernes de Dolores con una gran reunión en casa de mi abuela para celebrar su santo, el de mi madre, y el mío, en el que estaban siempre presentes las torrijas hechas por mi abuela y las carracas que nos daban a cada uno de los diez primos, con ese sonido que todavía hoy tengo muy vivo. 

Luego venía el Domingo con las palmas, grandes para casa y pequeñas tejidas para nosotros,  día de estreno obligado de calcetines y, cuando se pudo, de zapatos, que tenían que durarnos toda la primavera, y que era otro encuentro de fiesta de todos los primos.  

Después, los días tristes,  mi madre vestida de negro guapísima con su mantilla, nosotros con mi abuela alrededor de la radio, que sólo transmitía cánticos misereres, el tradicional potaje, los oficios, la procesión del silencio, el olor a vela, el dolor reflejado en el rostro de Jesús Nazareno, una tristeza que los niños no entendíamos. Hasta que finalmente llegaba la alegría de la Resurrección, con otra gran fiesta -esta vez en mi casa-, día de cordero, en la que todos los primos teníamos asegurado un huevo de chocolate envuelto en papel de plata de colores brillantes, esa Pascua que supone cada año “vida nueva” o esfuerzo renovador. Los huevos representan el fenómeno cósmico de la renovación perenne, pues al fin y al cabo de ellos brota la vida.  

Vivencias, que se van fraguando cuando eres niño, sin comprender muy bien lo que en Semana Santa se conmemoraba, pues sólo recibíamos imágenes que iban cobrando sentido cuando mi abuela, como buena maestra, nos enseñaba la vida de Jesús como si fuera un cuento, al mismo tiempo que nos inculcaba todos los valores que el Evangelio transmite.

Si la auténtica formación consiste en educar la cabeza, la mano y el corazón, en nuestra infancia, se educan nuestros sentimientos y mi abuela estaba convencida, sin haber leído a Schopenhauer, de que lo más importante no es lo que uno tiene o lo que uno representa, sino lo que uno es. Pues bien, lo que uno es, esto es, la personalidad,  se modula con la educación y se logra o se malogra en la niñez. 

 En mi caso, tuve la suerte de que ese carácter se formó en el seno de esa gran familia cristiana, fiel a las tradiciones, que me educó en los principios del Evangelio y en la que la solidaridad y la caridad eran lo más importante. Es en esa infancia cuando se impregnan los valores que nunca nos abandonan, ni siquiera cuando la rebeldía juvenil nos hace cuestionar los fundamentos de la sociedad y la familia.  Esa es la inmensa deuda de gratitud que tenemos con nuestros padres, nuestra familia, nuestros primeros maestros, nuestros amigos, nuestros vecinos, con todos aquellos que educaron nuestro carácter.

Y, precisamente, en mis recuerdos infantiles, la ciudad de Alcalá va unida al sentimiento de solidaridad y amistad que me transmitió mi tía.  Aquí llegó como maestra de escuela, nada más terminar esa contienda que enfrentó a tantas familias de este país, y aquí encontró, después de pasar años de hambre en Madrid, la solidaridad de sus gentes, y unas amigas que mantuvo toda su vida.

Tengo imágenes de la primera procesión que presencié, que fue en Alcalá, imágenes en blanco y negro, como las fotos de Baldomero Perdigón, imágenes sueltas de un Cristo que me impresionó, mi padre de Nazareno, mi madre con su mantilla, yo y mis primas de espectadoras con mi tía y sus amigas alcalaínas.  Llegué a pensar que había mezclado imágenes, pues Alcalá era el lugar alegre al que veníamos con mi tía cuando visitaba a sus amigas, que siempre nos regalaban almendras, o con mis padres, a merendar chocolate con migas.  He encontrado la explicación estos días al leer la obra de José Carlos Canalda  sobre la Semana Santa Alcalaína: en 1957 se crea en Alcalá la Cofradía del Cristo de Medinaceli, y, según nos cuenta este autor, acompañaron a esa imagen miembros de la cofradía de Madrid a la que pertenecían mis padres.  Tenía yo ocho años.

A esa procesión siguieron otras de la mano de mi abuela, luego de mis padres, hasta que de pronto era yo la que llevaba de la mano a un niño. Cuando mi hijo pasó su primera Semana Santa en el lejano lugar en el que ahora vive, y desde más allá del Atlántico reclamó su huevo de Pascua, entendí que habían calado también en él las enseñanzas de mi abuela.

Estos han sido algunos de los recuerdos, sensaciones y sentimientos que desde que recibí la invitación a pronunciar este pregón han venido aflorando a mi conciencia. Vivir supone para cada uno de nosotros dejar huellas en el camino -improntas llamaba Platón a  la huella que deja el anillo en la cera-; huellas que el paso del tiempo puede cubrir con el olvido o desdibujar hasta hacer irreconocible su auténtico significado. Y la memoria es el lápiz con el que subrayamos acontecimientos, momentos y personas que nos han hecho ser quienes somos, y es propio de la naturaleza humana -que busca la inmortalidad en un mundo de mortales- señalar dónde están nuestras huellas y tratar así de hacer frente a su olvido. La invitación a pronunciar este pregón me ha obligado a hacer este ejercicio de memoria para recuperar y cuidar mis propias huellas.

Sin duda, soy la que soy, me siento cristiana, vivo con fervor la Semana Santa y admiro a las cofradías, gracias a mi familia.


3.- Elogio de una tradición

Sólo cuando logré dominar estos recuerdos, encerrándolos de nuevo en las maravillosas celdas de la memoria, me he puesto a pensar qué más se puede esperar de un pregonero.

He buscado aclarar qué tipo de discurso es un pregón. Pregón viene de "praeconium" y "praeconium" -según el manual de Etimologías- derivó en "pregón", esto es, anuncio, proclama o publicación.  El diccionario de la Real Academia Española es mucho más preciso y me ha aclarado que un pregón es "un discurso elogioso en que se anuncia al público la grandeza de una virtud”. Elogiamos lo que admiramos y, porque lo admiramos, estamos dispuestos a emular. Elogio, admiración y emulación suelen ir casi siempre de la mano. Pero ¿qué es lo que podemos admirar y, por tanto, elogiar y, por consiguiente, tratar de emular en nuestra Semana Santa?

Hagamos el elogio de nuestra tradición, porque la tradición es inseparable de la vida misma, de las familias que han sabido trasmitir esa tradición, de las cofradías de Alcalá que han mantenido el recuerdo de su existencia y la han recuperado en varias ocasiones a lo largo de su historia, cuando parecían haber desaparecido, y elogiemos a la ciudad de Alcalá, que ha sabido mantener como pocas la memoria de su Historia.

Para muchas personas, desde luego para los cofrades, la Semana Santa es la más importante del año, la más emotiva, en la que se sienten más cerca de Cristo y de su Madre, en la que las sensaciones, las vivencias y las emociones afloran especialmente.  Proclamemos la esencia de la Semana Santa y sus cofradías, que radica en la conmemoración de la pasión, muerte y resurrección del Señor, del hijo de Dios hecho hombre, que ofreció su vida a cambio de nuestro perdón eterno en un acto de amor y generosidad infinito. Este es, sin lugar a dudas, el misterio central del Cristianismo. Gracias al misterio pascual de Cristo se pasa del pecado a la gracia, de la esclavitud a la liberación. 

Las cofradías también tienen su historia.  En la Europa del siglo XI -y sobretodo a lo largo de las centurias siguientes- florecieron asociaciones de índole religioso-social con finalidades asistenciales.  Las cofradías, de las que formaban parte los laicos, trataron de remediar las necesidades de las personas que vivían en las ciudades de reciente aparición.  Estas personas, desarraigadas del medio campesino, sintieron necesidad de unirse o asociarse para mitigar los efectos de la pobreza, de la enfermedad, de la muerte.  Y las cofradías, con su Santo Patrón común, con sus comidas de confraternidad, con el mantenimiento de las viudas y huérfanos, con las ayudas para el entierro de sus miembros y los sufragios por los difuntos, fueron modelo de solidaridad. Reflejan la mentalidad del hombre medieval, que era religioso y cristiano, que vivía y sentía su cristianismo, aunque desconocía los rudimentos de su fe, que tenía conciencia del pecado y tenía una piedad comunitaria, corporativa, festiva, espontánea, con una liturgia no codificada, la que el pueblo una y otra vez se inventa.

Las calamidades que abrumaron Europa, a mediados del siglo XIV, peste, guerra, malas cosechas y, por tanto, hambre, hicieron aparecer nutridas tropas de flagelantes, grupos de hombres y mujeres que, organizados en cofradías, recorrían en procesión campos y ciudades entonando cánticos de penitencia y disciplinándose en público.  Buscaban la ayuda de Dios y proclamaban su nombre como consuelo a sus penalidades.

 Luego, de la mano de los franciscanos, aparecerán las cofradías de penitencia, cuyos miembros veneraban la pasión y muerte de Cristo, los dolores y soledad de María, su madre, a los que rendían culto e imitaban con desfiles en procesiones el jueves y el viernes santo, durante los cuales algunos de sus cofrades se disciplinaban. 


Y Alcalá también tiene su historia.  Una historia basada desde la Edad Media en la solidaridad de sus cofradías, en la caridad de sus hospitales, en sus logros culturales, en la riqueza de su patrimonio.  Proclamemos a sus gentes que no olvidaron su historia y sus tradiciones y eso les sirvió para levantarse y reinventarse, para superar los momentos de decadencia.

Pregonemos la tradición de la Semana Santa de Alcalá. Proclamemos la importancia de la familia y su papel en la Semana Santa. Los niños y niñas que vemos alrededor de un paso o de una banda no estarían allí si no es porque sus abuelos o sus padres les llevan. Porque a los niños, sobre todo a los niños, les gusta la Semana Santa. Llenemos las calles de gente con nuestras procesiones, que son lecciones de catequesis. Exhibamos nuestro cristianismo, que está en la base de la cultura europea a la que pertenecemos y, como esos flagelantes del siglo XV, proclamemos que hay esperanza en tiempos de crisis.

Lo que importa ahora -aquello en lo que creyentes y no creyentes coincidimos- es que esta historia para unos o leyenda para otros constituye una de las señas de identidad de una comunidad como Alcalá, una comunidad que a lo largo de la historia ha hecho muchas cosas junta y quiere seguir haciéndolas. Para algunos, pues, es una cuestión de fe; para todos es una respetada tradición.

Tradición proviene del latín “tradere”, que significa “entregar”; equivale a la acción de hacer pasar algo de una mano a otra. Es tradición todo aquello que una generación hereda de las anteriores y que, por estimarlo valioso, lo lega a las siguientes. De las manos de nuestros antepasados hemos recibido esta Fiesta y en las manos de nuestros hijos habremos de depositarla. Y, al recibirla, cuidarla y entregarla, contribuimos a mantener viva Alcalá. 

Porque una sociedad no la forman en exclusiva su población, su territorio o sus instituciones: también la constituyen sus costumbres, ritos y sus fiestas; que son parte del cemento que une a las gentes de Alcalá y les diferencian como comunidad singular. Por eso, no hay que tener reparo en cuidar y mantener este tipo de tradiciones. 


4.- Lo que debo a la gente de esta tierra

Se cumplen ahora treinta años de mi llegada a esta ciudad. Aquel año de 1982 me incorporaba como docente a una joven, jovencísima Universidad de Alcalá para consolidar mi plaza y regresar al año siguiente a la de Madrid. Decidí quedarme. Mi tía fue la única de la familia que entendió mi decisión. 

Pasado el tiempo, cuando echo la vista atrás, me doy cuenta de la inmensa fortuna que tuve al venir a Alcalá; de la suerte de iniciar un proyecto tan hermoso como fue la creación de una nueva universidad, la recuperación de una universidad histórica que hunde sus raíces en el siglo XIII y se consolida gracias a la obra de Cisneros, y de participar en la transformación de una ciudad, que me acogió, que  acogió a todos los que llegábamos con los brazos abiertos.

Recuerdo aquellos años, aquellos días, no con nostalgia, pero si con mucho cariño, pues sin duda fuimos protagonistas –involuntarios pero protagonistas- de un gran cambio para esta ciudad. Al recordar, sin querer, brotan en mi cabeza los nombres de aquellos jóvenes, o no tanto, que iniciábamos aquella aventura.

Así, casi sin quererlo, ligué mi vida a la de esta ciudad; una ciudad por la que, desde la docencia, en concreto desde la Facultad de Filosofía y Letras, primero como Vicedecana y luego como Decana, más tarde desde el Vicerrectorado y ahora desde el Ayuntamiento, he trabajado y trabajo desde hace más de 30 años; una ciudad con la que he crecido, día tras día, año tras año; una ciudad con la que he madurado; una ciudad que me ha salvado en los naufragios de mi vida; una ciudad que me ha dado la oportunidad de vivir su gran transformación, su gran cambio.

Alcalá, a principios de los ochenta, todavía era una gran guarnición, y era conocida más como penitenciaría que como la gran ciudad cultural, y universitaria, que había sido durante siglos. Pero las gentes de Alcalá tenían grabada en su memoria la grandeza de su ciudad en otros tiempos, de su historia, que habían trasmitido de generación en generación. En aquel contexto es en el que yo ligué mi vida a esta ciudad, un momento en el que los nuevos tiempos ya anunciaban los cambios que vendrían en los años siguientes.

A mediados de aquella década comenzaba el proceso de recuperación de la identidad de la ciudad. Los viejos edificios, gracias al esfuerzo y generosidad de muchas personas, y de todas las administraciones, dejaban poco a poco de ser cuarteles y eran paulatinamente reabiertos como academia; Alcalá, sin prisa, pero con paso firme, perdía su condición penitenciaria y castrense, a la vez que recobraba su identidad universitaria. 

Este proceso de cambio se intensificó a lo largo de la década de los 90 y se reforzó, además, con la restitución del episcopado complutense en 1991, que vino a favorecer la recuperación del patrimonio de eclesiástico y la revitalización de ritos, cultos y tradiciones.

Este ambiente de regeneración culminó con la declaración de Patrimonio de la Humanidad en diciembre de 1998, un acontecimiento que viví con júbilo, pasión e intensidad, junto con mis alumnos de Filosofía y Letras, alumnos que han sido -y son- uno de mis mayores motivos de orgullo, satisfacción y realización personal, con los que celebré la gran fiesta en la que se convirtió la ciudad. Era el reconocimiento de que Alcalá nunca olvidó su pasado, su Historia.

En este contexto de recuperación, no sólo del Patrimonio Histórico o de la Universidad de Alcalá, sino del espíritu de ciudad, y más aún, del sentimiento de pertenecer a una comunidad, del orgullo de vivir o de trabajar en, para y por Alcalá; en este ambiente de regeneración, es en el que debemos enmarcar la espectacular recuperación de la semana Santa de Alcalá que hoy tengo el honor y el placer de pregonar.

Así, gracias este sentimiento de identidad al que hacía alusión hace un momento, mi vinculo con Alcalá creció, hasta convertirse en uno de los ejes vertebrales de mi vida. 

Y esta unión con todo lo complutense me permitió disfrutar, en primera persona, de ese despegue de la Semana Santa, de esa revitalización de la Pasión, que puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que se inició en el año 1988.

Aquel año salía por primera vez a las calles de la Alcalá el Cristo de la Columna o de las Peñas que es como casi todos lo conocemos. Es de justicia,  al recordar este resurgimiento, reconocer el excelente trabajo que realizó el concejal José Macías, que supo concitar las inquietudes y los intereses de los más jóvenes, implicando a las peñas festivas alcalaínas en la Semana Santa. 

Desde aquel año 1988 hasta la actualidad nuestra Semana Santa no ha dejado de crecer, en 1991 se incorpora la imagen del Cristo de la Esperanza, que también daría lugar a su propia cofradía cinco años después. 

Tras su restauración, en 1997 retorna el Cristo de los Doctrinos a los desfiles de Semana Santa. En el año 2000 se funda la cofradía de la Virgen de las Angustias, que entronca con una de las más antiguas advocaciones de la Semana Santa complutense.


De igual forma, en 2004 se organizó por vez primera la procesión del encuentro el domingo de Resurrección y en 2006 se recuperó la procesión del Domingo de Ramos, con el estreno del paso de la entrada de Jesús en Jerusalén. Asimismo se ha incrementado el número de pasos con la Virgen de la Trinidad, de la cofradía de Jesús de Medinaceli; y con la Virgen del Consuelo, de la cofradía de Cristo Atado a la Columna; con la salida de Jesús Cautivo en el vía crucis que la cofradía del Cristo de la Agonía comenzó a celebrar en 2006 el Viernes de Dolores; y con el paso de las negaciones de San Pedro de la Cofradía de las Angustias o con el Descendimiento de Cristo de la Cofradía de la Soledad, por citar algunos.

Así, desde ese 1988 en hasta hoy, cada cofradía ha recuperado su desfiles, procesiones o estaciones de penitencia, hasta llegar a la madurez alcanzada el pasado 2011, que da cuenta de la expectación, belleza plástica y fervor que despierta nuestra Semana Santa.

Con todo esto, creo que es fácilmente comprensible, la declaración como Fiesta de Interés Turístico Regional, concedida en 2004, a la Semana Santa complutense. Una fiesta en la que se pueden ver 15 procesiones y más de 20 pasos, desfilando por las calles del Casco Histórico de Alcalá.

Un Casco Histórico del que me siento especialmente orgullosa, tanto por la suerte de haber vivido en primera persona su recuperación, tal como explicaba  hace unos minutos, como por la inmensa fortuna de ser la Concejal del Distrito I, donde se encuentra la mayor parte del rico patrimonio complutense.

5.- El elogio de las Procesiones

Así, hoy tengo el placer de pregonar esta Pasión y sus procesiones, cargadas de fervor, devoción, espiritualidad, sacrificio, penitencia, promesas y oraciones. Estaciones que recorren los más bellos rincones de la ciudad.

Una Pasión que comienza por el jubiloso Domingo Ramos, felizmente recuperado, que nos permite admirar la excepcional belleza de nuestro Palacio Arzobispal; Los ramos y las palmas, abren la puerta a una intensa Semana, dónde cada procesión nos ofrece el atractivo de conjugar la belleza plástica de los distintos desfiles, con el más profundo sentimiento religioso, y todo en el más hermoso marco que se pueda imaginar.

¿Quien no se emociona, el Lunes Santo, con la sobria salida de la Virgen de las Angustias, que, en riguroso silencio, nos ofrece una de las estampas más bellas de nuestra Semana Santa?. La impresionante iglesia barroca de las Agustinas acoge a esta cofradía, de espíritu castellano, que además de enriquecer nuestra Pasión con sus dos pasos portados por esforzados anderos y anderas, realiza una gran labor social, pues mantiene abierta su Casa de Acogida, que es el motivo por el que se fundó esta cofradía.

Con los ecos que, en el silencio de la noche, nos deja la campana de la procesión de Cofradía de las Angustias, el Martes Santo, tras la procesión de la residencia de Mayores, nos sobrecoge el Vía Crucis que desde la Magistral recorre nuestro casco histórico. Mientras recordamos los momentos más importantes de la pasión de Nuestro Señor, marcados por cada una de las estaciones del Vía Crucis, y el reloj del Ayuntamiento marca la media noche, impresiona especialmente la celebración de este Vía Crucis, en una ciudad que duerme.

El Miércoles Santo, Alcalá nos ofrece la posibilidad admirar, en sus calles, una de sus tallas históricas: la del Santísimo Cristo de la Esperanza y el Trabajo, al que acompaña Nuestra Señora de la Misericordia. 

Más de 50 anderos portan estos dos pasos, que a su calidad artística suman la belleza de un recorrido, que desde la excepcional Iglesia de Santa Clara, nos muestra los más hermosos escenarios de Alcalá. Resulta inolvidable para cualquiera la bella estampa del Cristo de la Esperanza y el Trabajo, recortada sobre la no menos bella fachada de nuestra Universidad.

Pero no acaba aquí lo que nos ofrece el Miércoles Santo, ya que ese mismo día sale a la calle la que todos los de Alcalá conocemos como cofradía del Cristo de la Columna, o mejor, de las Peñas. La plateresca puerta de las Carmelitas de la Imagen, que en su día cruzara Santa Teresa de Jesús y que con toda seguridad sirviera de paso a Cervantes en sus visitas a su hermana -que fue priora de este convento-, se abre a las ocho de la tarde ante una expectante multitud, que con fervor vitorea al Cristo y a su Madre, portados ambos por los esforzados, y ya famosos, anderos de esta cofradía.

Sin duda la procesión del Cristo de la Columna, una de las más arraigadas de la ciudad, no deja indiferente a nadie, y sorprende especialmente por su fuerza e intensidad, por el acompañamiento musical a cargo su propia agrupación, así como por su recorrido, que transita por las menos conocidas calles de la zona Sur de nuestro Casco Histórico.

El Jueves Santo nos trae dos procesiones de gran solemnidad y singularidad. A las ocho desde el Colegio de Málaga, uno de los edificios más monumentales de Alcalá, y con el que -como comprenderán- yo tengo un vínculo muy especial, inicia su recorrido la más numerosa de las cofradías de la ciudad. La Real e Ilustre Esclavitud de Nuestro Padre Jesús de Medinaceli y de María Santísima de la Trinidad, sale a la calle con sus dos pasos de Tudanca y con sus centenares de penitentes. Esto, sumado al acompañamiento de su Agrupación Musical, nos dejará un recuerdo imborrable. ¿A quién no impresiona el desgarrador tintineo producido por las decenas y decenas de cadenas que se arrastran de forma simultánea por las calles de nuestro casco histórico?

La cofradía del Cristo Medinaceli es, sin duda, la más popular de la ciudad, tal como demuestra el hecho de que cuente en sus filas con más de 1600 hermanos penitentes; y al hablar de esta cofradía, es inevitable recordar los muchos años que ésta tuvo su sede canónica en el Monasterio de San Bernardo. No quiero dejar pasar la oportunidad de recordar, en este pregón, a las religiosas que conformaron la última comunidad de Bernardas en Alcalá y a su Abadesa, Sor María  Jesús, pues me consta que todas ellas tienen siempre presente a Alcalá, y a todos los Alcalaínos en sus oraciones, y especialmente en estos señalados días de Pasión.

El mismo Jueves nos ofrece otra procesión, la del Cristo de los Doctrinos, que suma a su arraigo y tradición un singular colorido y una excepcional belleza artística. La cofradía del Cristo Universitario de los Doctrinos y de Nuestra Señora de la Esperanza arranca en el incomparable marco de la Calle Colegios. Admirar la impresionante talla satín del siglo XVI, que nos muestra a Cristo Crucificado, y que el maestro D. Elías Tormo atribuyera a Domingo Beltrán, es sin duda, una experiencia inolvidable. El rojo de las becas y birretes, el verde del palio de la virgen, de los capirotes o de los cíngulos, nos ofrece una procesión única, con un singular colorido, que al discurrir por la Calle de los Colegios y por la lonja del Colegio Mayor de San Ildefonso nos recuerda, su vínculo con los estudiantes y con la Universidad.

Medinaceli y los Doctrinos ceden el testigo Al Cristo de la Agonía, María Santísima de los Dolores y San Juan, que en la madrugada del día siguiente, dan comienzo al día más intenso de la Semana Santa, el Viernes de Pasión.

Antes de que salga el sol, tan sólo unas horas después de que se cierren de las puertas del Colegio de Málaga, las calles se tiñen de rojo, el rojo de las capas y los antifaces de la Cofradía del Cristo de la Agonía, que nos habla del rojo de la sangre vertida en el Gólgota a la hora de nona.

La iglesia del convento de Santa Úrsula, con su excepcional techumbre mudéjar, es testigo, en la oscuridad de la noche, de la salida de los dos pasos de esta cofradía. El paso titular, que desde hace poco cuenta además con la figura de Santa María Magdalena, y el de Jesús con la Cruz a Cuestas acompañado de la Verónica, recorrerán la zona más oriental de nuestro casco histórico, alcanzando las puertas de los mártires y de los aguadores.

La tarde del viernes nos recibe con el desfile de la Soledad Coronada. Alcalá, la ciudad de acogida, aquella que, con los brazos abiertos abrió sus puertas a miles de vecinos, procedentes de toda la geografía española, recibe ahora los frutos de su generosidad, y cuenta con una bellísima y emocionante procesión de corte andaluz, que enriquece, aún más, nuestra Semana Santa. La Virgen de la Soledad, bajo su hermoso palio, que se mece al ritmo de su abnegados costaleros, nos ofrece un desfile, que suma al más profundo sentimiento de dolor, la severidad monumental de la jesuítica parroquia de Santa María.

Y en consonancia con el espectacular desarrollo de nuestra Semana Santa, Nuestra Señora de la Soledad se acompaña desde hace unos años del paso del Sagrado Descendimiento de Nuestro Señor, que como la imagen titular nace de los sevillanos talleres del Lastrucci. Este paso cuenta, este año con una nueva figura, la de José de Arimatea, que se añade a la del Nicodemo que ya acompañaba desde hace varios años a Nuestro Señor.

Y fieles a su cita, esa misma tarde, la Cofradía del Cristo de Medinaceli sale nuevamente a las calles de Alcalá, el Cristo, María Santísima de la Trinidad y su agrupación musical, recorren nuevamente las calles del centro, tal y como hicieron durante tanto tiempo en el marco de la conocida como “Procesión General”.

El Santo Entierro cierra el ciclo del dolor, del sufrimiento, de la pasión y muerte de Nuestro Señor. En la media noche, la Cofradía del Santo Entierro y del Nuestra Señora de los Dolores realiza su juramento, mientras las piedras que, por deseo de Cisneros levantaron los hermanos Egas para engrandecer a nuestra Magistral, dan testimonio silencioso de siglos de fe, de siglos de pasión, de oraciones, de lágrimas derramadas por el fallecimiento de Nuestro Señor para salvarnos a todos nosotros.

El trémulo tañido de los tambores acompaña a esta procesión del silencio. Un cortejo fúnebre presidido por el desgarrador Cristo Yacente de la Catalinas, del círculo de Gregorio Fernández, al que acompañan los pasos de Nuestra Señora de los Dolores y los atributos de la Pasión.

El Santo Entierro, en silencio, con gravedad, con respeto reverencial, recorre nuestro casco histórico, con la tristeza de la pasión y muerte de Jesucristo en todos los corazones, pero con la firme esperanza de la resurrección que, con júbilo, cierra el ciclo de la Semana Santa. 

No habrá que esperar mucho, pues como dice la escritura, al tercer día, Jesucristo resucitó. Y en la mañana del domingo, con inmensa alegría, podemos disfrutar, desde el año 2004, de la procesión del Encuentro. Esta procesión, en la que este año participa Nuestra Señora de la Trinidad, de la Cofradía del Cristo de Medinaceli, y la cofradía de la Agonía portando al Resucitado, es pese a su juventud, una de las más hermosas de cuantas se celebran en la semana santa Complutense. Por su alegría, por lo hermoso del encuentro, por la animosidad de las cofradías participantes, y porque nos hace patente la resurrección del Señor, el Encuentro es, sin duda, un momento muy especial. 

La liturgia celebra la muerte de Cristo en su realidad crudísima, pero al mismo tiempo como camino hacia el gozo, propone al cristiano la consideración de la pasión bajo el esplender de la resurrección.  La verdadera celebración se da en la noche de Pascua, en la que se conmemora el paso de Cristo de la muerte a la vida, que a su vez se realiza en los cristianos por el bautismo o la penitencia de la eucaristía.

Quiero acabar con ese mensaje de esperanza, y permítanme que recuerde ahora a mi segunda familia que me enseñaron a querer sus costumbres y enriquecieron la formación de mis hijos al trasmitirles las tradiciones de los pueblos de Asturias. En muchos de estos pueblos el momento más hermoso y expresivo de la Semana Santa es el encuentro del día de Pascua al amanecer, cuando los vecinos celebran en comunitarios banquetes la noche del Sábado Santo, porque la comida es un elemento esencial en esta y en todas las fiestas.

En uno de estos pequeños pueblos cercano a Galicia, en Piantón, los vecinos representan en un auto sacramental popular, espontáneo y centenario la alegría de la Resurrección. Se organiza al amanecer una procesión en la que se encuentran dos pendones grandes: el de la muerte, de color negro que representa el viernes santo, y el de la vida, de color blanco inmaculado que es el de la resurrección de gloria, del sábado al domingo de Pascua.  Todo el pueblo en profundo silencio, está en la procesión. El pendón blanco comienza situándose por debajo del negro que parece llevar las de ganar.  Poco a poco va ascendiendo y el negro descendiendo. Al final el blanco gana la partida y el negro queda extendido en el suelo, en señal de derrota definitiva.  La vida ha triunfado sobre la muerte, el dolor del viernes santo da paso a la alegría desbordante de la Pascua.  Comienzan los gozosos festejos y los vecinos del pueblo ofrecen un desayuno y obsequios a los visitantes en señal de acogida y solidaridad, en un canto a la esperanza.

6.- Despedida

Así, con el júbilo de la Resurrección, concluye esta gran semana de Semana de Pasión, una semana en la que podemos conocer de una forma muy especial nuestro casco histórico; una semana en la que podemos admirar la belleza plástica de las procesiones que llenan nuestra calles; una semana en la que podemos emocionarnos con las excelentes imágenes y carrozas, que nos ofrecen una muestra de la mejor imaginería española desde el siglo XVI a nuestros días; una semana en la que podemos sentir, a flor de piel, la pasión y muerte de Nuestro Salvador; una semana en la que podemos disfrutar, como en ningún otro lugar, con su Resurrección.

Una semana, en suma, única y especial, que me hace sentir aún más orgullosa de mi trabajo, de la suerte de servir como concejal en Alcalá, de la fortuna de trabajar para este maravilloso Distrito I, y de haber dedicado los últimos 30 años de mi vida a esta ciudad y a sus ciudadanos, primero a sus jóvenes estudiantes y ahora a todos sus vecinos.

Así pues, gracias, gracias Alcalá, gracias alcalaínos, por lo que me habéis dado en estos años, y gracias, muy especialmente a la Junta de Cofradías por el inmenso honor de haberme hecho pregonera de esta Semana Santa del año 2012.

Pregón escrito extraído del Diario de Alcalá (Pregón de Semana Santa a cargo de la concejala Dolores Cabañas )

1 comentario:

  1. Dice la pregonera, al principio, que es consciente de la diferencia entre pregón y conferencia, y que haría un esfuerzo para llegar al primero, dejando atrás las segundas, a las que está acostumbrada por su experiencia profesional. Lo intentó, pero no lo logró. Este es un ejemplo más de lo que no es un pregón de la Semana Santa.

    Por cierto, ¿cuáles son las 15 procesiones? ¿Y los veinte pasos?

    Es curioso como se vuelve a remarcar el casco histórico como único epicentro posible de las celebraciones cofrades. Así será muy difícil que algún día veamos una cofradía de ningún barrio distante del centro: no interesa a nadie.

    A ver si en 2013, el pregonero da de una vez con la tecla y se pronuncia, por fin, un pregón y no una charla.

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